30 mayo 2007

"UNA IGLESIA LIBRE DE LA LEY"






La fiesta judía de Pentecostés

La fiesta cristiana de Pentecostés, al igual que la Pascua, tiene sus raíces en la tradición judía. En esa fiesta, el pueblo judío celebra la entrega de las Tablas de la Ley hecha por Dios, a través de Moisés, a su pueblo reunido en el Sinaí.

Es la fiesta de la Alianza, y en hebreo se la llama Shavuot, es decir, fiesta de las semanas, porque debe hacerse siete semanas después de la Pascua (Dt 16,9-12; Lv 16,15-23). La Pascua judía celebra la liberación de Egipto y Shavuot celebra que, en el desierto, Dios da su Ley indicando a este pueblo naciente el estilo de vida que asumirá de ahí en más: los mandamientos.

Así, vemos que en la tradición judía Pascua y Pentecostés están íntimamente unidos. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, asume con los diez mandamientos un estilo de vida propio. Con la Alianza del Sinaí se compromete a ser pueblo de Dios y a vivir de ese modo: “Haremos todo lo que ha dicho Yavé” (Ex 19,8).

Pentecostés en el libro de los Hechos de los Apóstoles

La fiesta de Shavuot, recuerdo de la Alianza, era una de las fiestas en que los judíos peregrinaban al Templo de Jerusalén. Por eso el libro de los Hechos nos habla de una gran multitud que estaba allí reunida cuando se produce la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana (Hech 2,1-41)

En el relato cristiano de Pentecostés, varios elementos evocan la Alianza del Sinaí.

En primer lugar, ambos son acontecimientos de los cuales participa todo el pueblo/comunidad reunido. “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Uno de aquellos días Pedro se puso de pie en medio de los hermanos; el número de los reunidos era de unos ciento veinte…” (Hech 1,14-15).

Están los Doce, está María, están las mujeres de la comunidad, están los otros discípulos, en ese número redondo de ciento veinte, dándonos ya la imagen de una iglesia que irá creciendo en pequeñas comunidades alrededor de los apóstoles.

La comunidad cristiana está toda reunida en un "lugar alto" y hay un ruido que viene del cielo con fuego, así como en el Sinaí Dios descendió sobre el monte con ruido de trompeta y con fuego. La casa se llena toda con el viento, así como el monte Sinaí retemblaba todo con la presencia de Dios (Ex 19,18).
En el Sinaí Dios regaló su Ley como norma de vida; ahora se regala El mismo en el Espíritu Santo para conducir a su pueblo, la Iglesia.

Libertad y vida en el Espíritu

Así como en la tradición judía, Pascua y Pentecostés también están íntimamente unidos en nuestra fe cristiana. En Pascua fuimos liberados de la muerte y del pecado, para vivir ya hoy en la nueva condición de resucitados.

¿Y cómo podremos hacer eso realidad? Para eso no basta conocer la Ley, por eso Jesús prometió su Espíritu. Es el Espíritu que vive en nuestro corazón el que nos da hoy vida de resucitados, vida nueva.
San Pablo, un judío al que Jesucristo se le cruzó en el camino, entendió esto muy bien. En su carta a los Gálatas él muestra que la Ley no puede hacernos vivir como hijos de Dios.

Porque la Ley nos dice lo que hay que hacer, pero no nos da la fuerza para hacerlo. Por el contrario, si es el Espíritu el que obra en nosotros, entonces sí nuestras obras, conducidas por el Espíritu, serán las que Dios quiere. Esta confianza en lo que Dios quiere, y no en nuestras propias fuerzas, es lo que lleva a San Pablo a afirmar: "Si somos conducidos por el Espíritu, no estamos bajo la Ley" (Gál 5,18).

A esta Iglesia naciente de la Pascua, el Espíritu Santo, en Pentecostés, le da el estilo de vida por el cual será conducida "sin estar bajo la ley", en la libertad de los hijos e hijas de Dios. Una vida que no estará pendiente de cada mandamiento de la Ley, sino que será tener el corazón maleable y disponible para que el Espíritu actúe.